martes, julio 24, 2007

Manuel Antonio Doncel, celador

Esta es una plantita de uva de monte propia de los páramos
que rodean a Bogotá. Es pequeña, hermosa, frágil y generosa.
Porque no tengo fotos de mi personaje, he puesto algunas imágenes
que me lo recuerdan, por su sencillez y su grandeza

Recientemente un amigo y colega boliviano me comentaba, entre humor y cierto, que si reencarnara le gustaría ser colombiano. Viniendo de él que es un boliviano 100% pendiente de cada respiro de su país, lo tomé como un elogio. Pero también tuve en cuenta que por su conocimiento sobre este país y por sus lazos de amistad y de trabajo, es una de esas personas que tiene la mejor experiencia de los colombianos !Que bueno! ese es uno de los alicientes que a veces tengo cuando miro lo que somos desde dentro y desde fuera.

Si uno solamente juzgara por las noticias de la prensa, la radio y la TV, o por hechos que vivimos diariamente, estaríamos sumidos en una depresión permanente... Cada día los colombianos aún nos sorprendemos más y más con lo que somos capaces de hacernos los unos a los otros, pareciendo que esto no tiene límites ni fondo...
Sin embargo, en medio de esta locura (no se de qué otra manera llamarla) florecen personajes de una belleza y una rectitud loables, en lugares y condiciones totalmente insospechados.
El edificio Minerva está al borde del barrio Rosales en Bogotá, fue la primera edificación "moderna", de ladrillo construida sobre la séptima, a esta altura, a comienzos de los setenta. Cuando llegamos en el año ochenta nos recibió Antonio, el celador que ya trabajaba aqui desde el comienzo.
Durante todos estos años una de las cosas mas gratas de la vida era llegar cansado a casa cada dia del trabajo, cargado con paquetes del mercado, con maletas de viaje de vacaciones o del fin de semana y ser recibido por Antonio con su sonrisa, su gentileza, su eficiencia y su permenente interés y cariño. Antonio sabía todo y resolvía todos los problemas de los habitantes de los siete apartamentos del edificio, administraba las llaves de quienes se iban o quienes las dejaban por razones varias. Daba cuenta a las madres de la hora de entrada o salida de sus hijos y de con quien andaban, recibía los paquetes y los entregaba sin ninguna equivocación, recordaba el pago de recibos y el cambio de pico y placa a cada uno, avisaba sobre cortes de luz o de agua y preveía para tener lleno el tanque. Así se convirtió suavemente, lentamente y sin darnos cuenta en una columna confiable y eficaz que sostenía la vida amable y fluida de todos nosotros.
Durante estos 27 añós solo recibí sonrisas, atención, cariño e interés en mis asuntos domésticos por parte de este hombre, quien cuidaba con celo nuestras puertas una semana entre 6 de la mañana y 6 de la tarde y la siguiente, entre 6 de la tarde y 6 de la mañana, sin falla.

Antonio llegó joven, soltero y sin hijos. En el tiempo de trabajar aqui vivió el romance y el drama de enamorarse de una mujer casada, sacársela a vivir con él contra viento y marea, comprometerse con ella hasta la muerte, hacer una familia y ser feliz en ella. Hoy día tiene un par de hijos adolecentes por quienes vive y trabaja lleno de ilusión.
En estos años ha tenido muchos compañeros de turno, y ha sido con ellos leal y solidario. Brilla por su discreción y su serenidad frente a los pequeños problemas que siempre se presentan en un espacio de convivencia. Ha tenido que lidiar con conductores y guardaespaldas de habitantes y visitantes y con la tragedia diaria de acomodar el doble de carros en el garaje, de los que caben. Nunca le he escuchado un "no se puede".
El año pasado tuvimos la sorpresa de que Antonio por primera vez en la vida estaba enfermo, el diagnóstico fue cáncer de estomago. Estrenó la posibilidad de una licencia para operarse y luego durante el último año, el tratamiento de quimioterapia y las visitas médicas. Cuando se recuperó de la operación volvió a su puesto y toda su quimio la hizo trabajando sin faltar un día. Ni por una sola vez le oí una queja de dolor. Supe que sus malestares eran terribles y el dolor intenso, porque se lo dijo el médico a la administradora.
Pero el tratamiento no sirvió, Antonio se debilitó mucho y tuvo finalmente, que dejar su trabajo. El optó por no repetir la quimio, fue muy doloroso y el médico no se la recomendó, estaba demasiado frágil. Su decisión fue irse a su casa para "ponerse en manos de Dios", asi fuera morir tranquilo. Y allí está.... muriendo cada día un poquito, con el inmenso dolor de que el proceso de su pensión está crudo y lo que recibe del seguro mensualmente no le alcanza ni para los servicios. Sus hijos estan en el colegio y debe mantenerlos todavía.
Ayer me llamó a preguntarme cómo estaba yo y cuando llegaba mi hijo, a decirme que él estaba bien y esperando que Dios le "hiciera un milagrito". Solo quería preguntarme que si Dios se lo hacía, nosotros los recibiríamos de nuevo en el edificio para retomar su puesto, porque él ama su trabajo y es lo único que extraña por estos días.
No pude detener mis lagrimas que se amontonaron en mis ojos. Siempre supe lo que hacía Antonio por todos nosotros, pero solo hasta hoy sentí el peso de su presencia en nuestras vidas. Le agradecí inmensamente su llamada y luego de colgar tuve la experiencia total de saber que en este mundo y en este país hay gente tan integra, tan honesta y de corazón y actuación tan limpias como este hombre.
Seguramente no es el único, habrá cientos que asumen su vida, su responsabilidad y sus circunstancias con valor, rectitud y gallardía. Manuel Antonio Doncel, el celador del edificio Minerva es uno de ellos, el que tuve cerca por casi tres décadas. A su lado nuestros parapolíticos, nuestro guerreros y corruptos dirigentes no son nadie, no pueden compararse humanamente con este celador, como persona, como trabajador y como colombiano se los lleva por delante mil veces. Una persona sencilla con una actuación de grandeza que sorprende.

Mientras existan Antonios por todo el territorio colombiano existe esperanza... esa fue mi visión matutina. Ya ido, este hombre nos dejó solidaridad con su situación, cuando bajé a portería para ver cómo nos uniámos todos para apoyarlo y acompañarlo este tiempo, de manera que pudieramos devolverle algo mínimo de lo que él nos dio por tanto tiempo, me encontré con la sorpresa de que mis otros seis vecinos, estaban pensando en lo mismo. Hasta para eso Antonio nos sirvió, para unirnos y ponernos de acuerdo entre nosotros, cuando él ya no estaba aqui para ayudarnos.

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